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Identificación, Apego y Aferramiento

 

La identificación es algo compleja de describir: tal como somos, nunca estamos libres de ella. Si creemos que no nos identificamos con algo, nos identificamos con la idea de que no nos identificamos.

Es un rasgo psicológico que penetra toda nuestra vida, y que apenas percibimos. La práctica de la observación nos permite tomar conciencia de ella, de cómo nos agarramos a las ideas, los sentimientos, las situaciones… está ahí todo el tiempo, no solo en momentos excepcionales.

Para nosotros la identificación es un estado casi permanente: es la principal manifestación del ego y por eso nos cuesta distanciarnos de ella. Nos genera sufrimiento por las expectativas que nos creamos respecto a los demás, a nosotras mismas y al mundo.

Lejos de estar presentes y dejarnos fluir en cada momento, a menudo pretendemos que el mundo, nuestros semejantes e incluso nosotros mismos, encajemos dentro de un esquema prefijado por nuestra mente, conforme a nuestros modelos y mandatos familiares y sociales.

Solamente siendo conscientes de la identificación podemos disfrutar de lo que ocurre en cada momento: de la compañía de nuestro amigo, de las caricias de nuestro amante, de una sencilla taza de té, o incluso de una discusión. De lo contrario, estaremos fuera del presente: o estamos en el pasado, recordando o deseando que se repita alguna situación; o estamos en el futuro, proyectando nuestro deseo o temiendo algo no deseado.

Formamos una imagen equivocada de todo; vemos lo que no está aquí y nos perdemos lo que está aquí, y actuamos en consecuencia.

El concepto de Ahaͅṃkāra, nos ayuda a comprender esto. En sánscrito Ahaͅṃkāra significa el “Yo”, la conciencia de sí mismo o la autoidentidad.

Es el principio en virtud del cual nosotros somos, obramos, gozamos, sufrimos, etc., refiriendo todas las acciones al Yo.

 

Hay un ‘Ahaͅṃkāra artificial’, que se identifica con el cuerpo físico y las impresiones sensoriales o con pensamientos y deseos prestados, por el que concebimos el yo como autoexistente e independiente. (En occidente podríamos llamarlo ego).

Pero también hay un ‘Ahaͅṃkāra natural’, que se fusiona con el Yo Verdadero, el Ātman o el Observador Supremo que es la Conciencia.

La cualidad del Yo Real es ver todo en uno mismo; la cualidad del ego es verse como un individuo separado de todo y ver todo separado de uno mismo, de la amplitud del Universo, y de la Consciencia que lo impregna todo.

Todos nuestros conflictos surgen de nuestra identificación con el Yo pequeñito separado del todo, que el individualismo nos ha llevado a creer independiente: una cosa es la autonomía y otra la independencia.

Todo en el universo es interdependiente. Los átomos, las moléculas, las células, los tejidos, los movimientos gravitatorios, la galaxia: todo en el universo es uno, interdependiente.

Cuando nos identificamos con el yo, nos separamos de la creación: es como si viviéramos en una casa pequeñita sin amueblar con rejas en las ventanas, sin darnos cuenta de que tenemos la llave de una casa grande y espaciosa, y bien amueblada.

A través de la meditación salimos de la casita y por un rato nos sentamos entre las dos casas; luego nos damos cuenta de la existencia de la casa grande, de modo que al cabo de un tiempo podemos ir allí cuando queramos e incluso podemos llegar a vivir allí.

A través de la meditación, salimos de lo que no somos para ser lo que somos. Abandonar lo que no somos significa renunciar a la casa pequeña, al yo. No se trata de luchar, sino de entregarlo en pos de un bien mayor, rindiéndolo al Absoluto.

A esta identificación de la que hablamos, en oriente se la suele llamar ‘apego‘, que habla fundamentalmente del apego que tenemos por nuestras percepciones y sensaciones, por nuestros pensamientos y sentimientos.

Sin embargo, en occidente este concepto de apego se ha interpretado a menudo erróneamente, y lo hemos aplicado a nuestras relaciones, generando a veces una excelente excusa para soltarnos de ellas, cuando tememos sufrir.

El apego al que nos referimos aquí no es el aferramiento con el que nos agarramos a otras personas. Todos somos interdependientes y necesitamos de los otros igual que los otros nos necesitan. Como mamíferos, es natural apegarnos. Ser consciente de esto no significa que entremos en pánico cuando nuestra pareja nos deja, o cuando discutimos con alguien.

Amar a otra persona supone estar apegada a ella, estar sujeto a ella. Esto es ser sujeto. Amar a otro es permitir que el corazón se rompa si esa persona deja de estar por cualquier motivo. Igual que una copa de cristal lleva implícito en su naturaleza que algún día se romperá, antes o después, todas nuestras relaciones acabarán, porque todos moriremos algún día. Esto es ser humano, vivir la experiencia humana. No hay nada más entero que un corazón roto.

Hay maestros que dicen amar a todo el mundo, pero en realidad no aman a nadie. Amar es entregarse, estar dispuesto a ser transformado por un otro. Si no amamos a alguien en lo concreto, a pesar de los agujeros de su camiseta y de sus pedos, no amamos a nadie.

Esto supone estar abierto, apegarse y sin embargo no aferrarse. Ser consciente de que solo somos con “un otro”, implica también estar abierto a dejarlo ir. Esta es la diferencia entre el apego y el aferramiento.

Cuando nos aferramos, dejamos de ser interdependientes para ser dependientes. Desde ahí sostenemos relaciones y situaciones que no nos aportan nada o incluso que nos restan, por el temor a quedarnos solos, debido a la identificación que tenemos con la imagen de nosotros mismos, con Ahaͅṃkāra. Esto es aferramiento.

 

1 comentario en “Identificación, Apego y Aferramiento”

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