Pareja abrazándose

TU CUERPO MARAVILLOSO

 

El cuerpo se ha vilipendiado frente al espíritu y el más allá de las tradiciones monoteístas, como una manifestación inferior de la existencia. Hoy en día ambos siguen escindidos y en un movimiento pendular hemos pasado al extremo opuesto de hedonismo exento de contenidos.

Vivimos en un plano dual: el día sigue a la noche, y el frío al calor. Cuerpo y alma también son una dualidad: para el Tantra la energía es una. Siendo una filosofía no dual, cuerpo y alma son expresiones de la misma energía: son una unidad indisoluble y ninguno es superior al otro; ambos se integran y potencian mutuamente.

Si los concebimos como algo “separado”, dado que estamos encarnados, el cuerpo es el que nos permite realizar el viaje del alma. Es un vehículo que es un tesoro y en el que está todo, ya que es indisoluble con el alma.

 

Respecto al placer del alma, el placer del cuerpo lo vivimos como algo sucio y de segunda clase. Experimentamos nuestra vida divididos, y esto es algo que el Tantra logra reunificar: el placer del cuerpo no es ni de primera ni de segunda clase: simplemente ES.

Cuerpo y alma experimentan el placer de forma “integrada”. Espíritu y materia no están en conflicto, ya el Tantra que abarca las diferentes dimensiones del ser humano. Podemos vivir un éxtasis “espiritual” en la caricia de una suave brisa.

Nos cuesta mucho aceptar este hecho sencillo y maravilloso en una cultura que tortura el cuerpo en pos de una vida eterna –futura-, o que adora el cuerpo como un becerro de oro dejando a un lado la dimensión trascendente.

 

¿Cómo podría manifestarse el espíritu si no fuera a través de la materia?, si convenimos en que la energía “viaja” de lo sutil a lo denso, podemos afirmar que la energía se manifiesta, se densifica en la materia.

Hay un Tantra que dice:

 

¿Cómo podría haber felicidad si el cuerpo fuera una no entidad?

Sería imposible hablar de felicidad.

La felicidad circunda (impregna) a los seres sensibles.

De manera que el continente es lo contenido.

Como la fragancia de una flor

no podría conocerse sin la flor.

Así la felicidad sería una no-entidad,

si la forma y el cómo fueran no-entidades

(Hevajra Tantra)

 

Nos cuesta aceptar que en el sabor de un helado pueda manifestarse la mística de la existencia.

Todo depende de la intención, de integrar conciencia y energía, atención e intención. Una cuestión es lo que hago y otra, desde donde lo hago. No se trata de “el qué”, sino del “cómo”.

Las cosas o las acciones en sí mismas no son buenas ni malas: depende del uso que hagamos de ellas. Podemos usar el fuego para guisar manjares suculentos y también para fabricar armas destructoras.

Esto que puede parecer tan obvio en este nivel, todavía nos cuesta mucho integrarlo en nuestros cuerpos concretos, nuestra cotidianeidad.

¿Cómo no vamos a tener conflictos con nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y nuestra existencia?

Nuestro permiso para disfrutar de nuestro cuerpo, de nuestra sexualidad, y nuestra genitalidad, todo lo relacionado con este regalo maravilloso está íntimamente ligado a nuestra autoimagen corporal y a la vivencia que tenemos de nuestro cuerpo, a nuestra percepción. Un cuerpo que vivimos siempre como imperfecto, y que sufre el bombardeo permanente de verse obligado a encajar en cánones de belleza y modas siempre cambiantes.

Podemos vivir el cuerpo como un compartimento de nuestra vida, pero para el Tantra, que utiliza la energía para integrar todas las dimensiones del ser humano: física, mental, emocional, espiritual, el cuerpo es lo que somos, tal como expresa el Hejvara Tantra. El contenido es el continente.

 

A menudo se confunde el Tantra con el neotantra, pero en realidad su filosofía busca instalarnos en la dicha desde la no-dualidad, para salir del lugar del no-gozo al que nos vemos arrojados al nacer, cuando se corta el cordón umbilical y nos separamos del útero materno.

Ese estado de angustia e insatisfacción permanente es una cuestión existencial, a la que responde el Tantra: integrando conciencia y energía habitamos el presente, llevamos la atención al cuerpo, y al habitarlo se genera la sensación de plenitud que anhelamos; la angustia existencial desaparece: cuerpo y alma se funden en un abrazo, como el que representan las deidades tántrikas de budas y dakinis. Solo hay paz.

Nos cuesta mucho despojarnos de nuestros prejuicios y limpiar de moralidad cualquier contenido ligado a nuestro cuerpo y la sexualidad.

 

Las religiones monoteístas han funcionado como sistemas de control de la pulsión de vida, que demonizaban el sexo, principal vehículo de esta pulsión: el Tantra integra esta energía en la conciencia para conectar con la mente profunda. Potencia esta pulsión, la incrementa y la expande para canalizarla como energía creativa en cualquier tarea cotidiana, en los grandes objetivos de la vida, en los pequeños momentos, y también en nuestras relaciones afectivas y sexuales.

En la cuestión del placer -de la dicha, de la satisfacción-, nos guiamos por modelos sociales que nos dicen cómo ha de ser nuestra relación con el cuerpo y la sexualidad. El Tantra, que toma la experiencia como única verdad, propone una conexión real con nuestro cuerpo y una autoescucha honesta, desde el presente, que nos permita recuperar la soberanía sobre nuestros cuerpos y sobre nuestra vida.

Desde este lugar resulta artificial todo modelo sexual ajeno a una vivencia auténtica, que nunca responderá a nuestras necesidades reales.

Solamente podemos vivir la satisfacción vital si habitamos este cuerpo maravilloso, y conectamos con una autoescucha honesta que nos habilite para recuperar la soberanía sobre nuestro placer, nuestras emociones y nuestras vidas, lejos de la dependencia en la que nos han educado.

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